El comprimido con el logo de la popular criptomoneda cuesta $1.400 en los menúes de dealers de fiestas electrónicas. La ruta de encomiendas desde Europa alimenta un negocio voraz, que se niega a pasar de moda.
El fin de semana pasado, un dealer porteño le envió un mensaje de WhatsApp a sus clientes de confianza con su nuevo menú. El dealer, un histórico del circuito electrónico, era un especialista. Su stock incluía cinco pastillas de éxtasis distintas, todas novedades en el mercado narco de drogas sintéticas.
Ofrecía, por ejemplo, una con la cara de Morty, el coprotagonista de la serie animada Rick & Morty, de potencia mediana a alta, con un precio de 1.700 pesos, elogiada por los usuarios por su calidad y efectividad casi inmediata.
El dealer tenía su tope de gama: ofrecía por 2.800 pesos un curioso comprimido, un hexágono con detalles de purpurina dorada y dos logotipos, un cráneo humano en el frente y el monograma de la marca de ropa Phillip Plein en el reverso. Ese comprimido tiene una historia oscura detrás. Fue sospechada de matar a una joven marplatense en una fiesta en Mallorca, España, en 2019. La organización de reducción de daños española Energy Control había alertado sobre la peligrosidad de esa pastilla, capaz de contener entre 200 y 300 miligramos de MDMA, el principio activo del éxtasis.
Después, tenía sus ofertas. Por 1.600 pesos, lo más barato en el catálogo, ofrecía una pastilla de un color amarillo fluorescente, algo pálida, con el logo de la criptomoneda Bitcoin en el centro. El precio es realmente bajo, dos mil pesos suele ser el promedio de cualquier pastilla económica en fiestas de Buenos Aires y Rosario. Ofrecía, literalmente, la pastilla a precio minorista más barata de Capital Federal.
Actualmente, la Bitcoin amarilla tiene dos versiones en el mercado porteño: una de un amarillo más intenso, presente al menos desde fines de 2019 en la Ciudad, cubierta por una capa de laqueado y la fluorescente, la que vendía el dealer. Las reseñas en foros online como Argenpills, donde consumidores relatan sus experiencias, no son elogiosas para esta variante. “Si, hay dos tandas. Probé las tirando a flúo. Tomé dos y son de carga BAJA, además que se nota que es una síntesis de ‘MDMA’ -ponele- de baja calidad. Lo bueno es que no te dejan roto. Si las compran que no se hagan los vivos y que la vendan a un precio de carga BAJA. No las volvería a comprar”, afirmó.
Otros encienden las alarmas sobre la Bitcoin flúo. La organización de reducción de daños marplatense Chill & Safe, que se dedica al testeo de pastillas para alertar a consumidores, analizó con reactivos una muestra del comprimido encontrada en Mar del Plata dos semanas atrás, con un resultado negativo para MDMA. “Sin ninguna reacción con ningún reagente. Por lo tanto, se desconoce si tiene adulterantes que podrían ser muy peligrosos según la lista de las ‘no reacciones’. Se recomienda no consumir. Muy riesgoso”, aseguraron en su cuenta de Instagram.
La alerta es sabia. El gato por liebre entre los dealers porteños no es ninguna novedad. Pastillas vendidas como éxtasis suelen estar cargadas de anfetaminas o sustancias más baratas de producir que el MDMA. Un ejemplo clásico es el de Francisco Ribas Rocher, acusado de traficante, detenido por la Policía Federal en 2013 por montar una fábrica de comprimidos en un monoambiente sobre un gimnasio de la calle Viamonte en el Microcentro, con una comprimidora monodosis y un montón de metilona, un sustituto barato del éxtasis contrabandeado desde Asia en una encomienda de tomos de enciclopedia, con efectos secundarios considerablemente más tóxicos.
El regreso de las fiestas electrónicas a la superficie, luego de meses de restricciones por la pandemia, con circuitos en CABA, la provincia de Buenos Aires, los centros turísticos del partido de La Costa y las grandes capitales provinciales, reactivó el comercio, coinciden especialistas.
El éxtasis que arribó a la Argentina en los últimos casi siempre entró por correo, oculto en encomiendas. Y casi siempre provino de Europa: España, Holanda, Alemania, Bélgica y fueron sus puntos de partida. Pero la era de los megaenvíos terminó hace tiempo. “Hoy hay muchísimas encomiendas con cantidades chicas. Los intermediarios y mayoristas aprendieron a fragmentar. Desde ya, pierden menos si los agarran”, asegura uno de los principales investigadores judiciales del narcotráfico en la Argentina.
En los primeros seis meses de 2020, la Aduana capturó 24 paquetes con drogas sintéticas que llegaban del exterior en puntos como Córdoba, Mendoza, La Rioja, Santiago del Estero. Las encomiendas en sobres sellados de correos privados fueron la norma, las interceptaciones suelen dar pie a entregas controladas que llevan a arrestos inmediatos. Las pastillas en todas estas incautaciones fueron apenas 637.
Así, se escurren entre las fisuras del sistema porque son muchos y porque no existen los capos, los reyes del monopolio, al menos, en lo que a la Justicia respecta. El señorío territorial propio del negocio narco clásico no es su estilo, difieren completamente con los de un vendedor de cocaína. No hablan en voz alta, no se muestran, no son extravagantes ni hacen gala en redes sociales de su mal gusto, no son advenedizos tampoco, no venden drogas porque simplemente es un negocio o porque es pura adrenalina criminal. Su pertenencia o su cercanía a la cultura de la música electrónica o un discurso de autoconvencimiento sofisticado sobre el consumo de drogas los vuelven distintos, pero tienen puntos débiles. El rastro de papeles finalmente los traiciona.